jueves, 27 de octubre de 2022

 

Mis tacones de doce centímetros


¿Qué cuándo fue que me bajé de mis magníficos tacones de doce centímetros?

Es una pregunta que me he hecho incontables veces, sobre todo cuando me calzo mis zapatillas azules que, con un jean y remerita blanca, siempre quedan bien. 

Pero, ¿Cuándo fue que sufrí esa transformación sin darme cuenta? 

Una vez escribí sobre este punto y revisé entre mis borradores lo que había escrito pero no encontré los textos que había dedicado a mis fabulosos tacones. Quería confirmar la razón exacta y precisa que me obligó a despedirme de esa sensación maravillosa que sólo se consigue al montarse en unos tacones muy altos. ¡Si, tengo que confesar que me hacían sentir poderosa!

Sin embargo, hay un detalle muy particular que originó esta ruptura entre mis amados zancos y yo: ellos no me permitían ir más rápido y desde la llegada de mi hijo más chiquito, de todas las cosas de las que tuve que despedirme, estaban esos zapatos que me impedían ir a su ritmo.

Justamente por ser mi hijo como es, mi ritmo se fue acoplando al suyo, como si los latidos de mi corazón estuvieran sincronizados con los suyos. Al adentrarme en su mundo no podía correr el riesgo de quedarme atrás o de cansarme, o simplemente no poder estar a la altura de sus requerimientos.

Fue así como comencé a amar las zapatillas deportivas, esas que parecen estar dispuestas a dar la vida por mi y por Sebas. Son incansables y leales, siempre listas para saltar charquitos de agua, llenarse de lodo, correr tras el colectivo para nunca llegar tarde a buscarlo, también para pisar hojas secas y para recordarme que soy la mamá de un chico muy especial que necesita a una compañera de aventuras con zapatillas y súper poderes para salvar a la ciudad de todos los malhechores.

Si, mi hijo más chiquito fue mi razón mágica para bajarme de mis tacones y comenzar a sentir el mundo como lo siente él, pegadita al piso, sin alturas innecesarias y lleno de muchas expectativas.



A mi Sebastián Alejandro, con más amor del que puedo describir con palabras...


La Conversación 

Cuando salimos de la clase de pilates, el sol nos arropó con todo su esplendor. "Qué día tan lindo" pensé mientras echamos a andar juntas por la vereda. Siempre es grato conversar con ella .

Nos despedimos en la esquina y mientras caminaba hacia mi hogar, pensaba lentamente en la conversación que acaba de sostener con mi amiga. Me sorprende que existan personas capaces de enganchar tan rápidamente con la historia de vida de otros como si pudieran contemplarlo todo desde un ángulo que uno desconoce y, de paso, tienen el súper poder de convertirse en una ventana hacia un exterior mucho más claro y simple!

Pienso que en el tránsito de nuestras vidas nos encontramos personas que ya existieron en un pasado y que, de alguna extraña manera ya nos conocían o ya estuvieron involucrados con nosotros. A ver, de pronto sueno a reencarnación, regresiones, constelaciones y toda esta onda que nos puede ayudar a resolver temas que tienen que ver con nuestros ancestros. Lo cierto es que estoy convencida de que ningún encuentro es casualidad y que siempre hay un propósito de vida tras esos encuentros fantásticos.

En eso pensaba mientras regresaba al hogar, a mi hogar. El que había construido sobre mis propias bases y convicciones, rompiendo con esquemas pasados y tradiciones pre establecidas para dar lugar a las mías, a las que considero las idóneas más allá de lo que puede ser o resultar correcto para los demás.

Me di cuenta de que soy la única con el poder suficiente para romper con cadenas familiares que no me hacen feliz y cambiar el curso de mi vida para crear una nueva forma de existir más acorde con lo que quiero para mí y los míos. 

Con el tiempo he comprendido que tengo todo el derecho de establecer mis propias reglas y creencias que son producto de la parte que me ha tocado vivir y que no necesariamente deben estar aferradas a mis antepasados, ni siquiera a los más inmediatos. Si bien es cierto que todos indefectiblemente tenemos una base que proviene de la crianza, también es muy cierto que esas bases pueden ser removidas sin ningún problema y que no es necesario repetir patrones "familiares" para crear nuestra propia familia.

Un poco sobre esto conversábamos en la esquina mientras el sol nos daba en la cara y el viento revolvía nuestros cabellos y activaba nuestras ideas. El ruido de los autos no fue impedimento para que escuchara cada palabra que llegaba con más fuerza a mi corazón que a mi cerebro. 

Descubrir algunas cosas sobre uno mismo, dichas por otro, siempre es como mirarse en el espejo pero con ojos ajenos. Es más honesto, más crudo, más real. No importa de qué se trate, pero mirarse de frente con uno mismo a través de otra persona, puede despejar esa X que muchas veces nos tortura y eso es reconfortante. Poder sacar las capitas de cebolla una a una, es muy reconfortante!


Así va la vida mientras escribo y al fondo suena "Una rosa es una rosa" de Mecano...








martes, 25 de octubre de 2022

 Más o menos así

Si, más o menos así va la vida.

Lo fui a buscar al colegio como todas las tardes. Sólo que esta tarde en particular, no era como las demás, era muy particular.

Su rostro estaba colorado y sudoroso. Se avecinaban los días de calor y me pareció que el suéter estaba demás y que, hasta el guarda polvos, era como mucho.

La maestra de jornada extendida me estaba esperando en la puerta del colegio. Ella había logrado hacer click con él de manera espontánea, única. Podían comunicarse con una naturalidad envidiable. Bueno, a mi me daba un poco de envidia porque sabía cosas que yo no sabía sobre mi hijo. 

Cuando miré su rostro a lo lejos, percibí que no había sido un buen día.  Ella aprovechó para explicarme que él estaba muy preocupado y yo sabía exactamente el motivo de su preocupación.

¡Qué horrible tanta preocupación a los 12 años!

Aún no teníamos respuesta, ni positiva ni negativa.

"Es ahí donde quiero estudiar mi bachillerato, mamá"

Pareciera que de eso se trata la vida, de una eterna espera. Cuando crees que ya tienes todas las respuestas, ahí te viene otra pregunta con su respectiva espera...así va más o menos la vida.

Caminamos muy juntos bajo el sol inclemente de la mitad de la tarde y hablamos de cualquier cosa. Ya no había hojas secas para pisar porque todas se las había llevado la primavera. La plaza de siempre estaba repleta de gente recalentando el cuerpo finalmente liberado de tanto abrigo. El sol hacía de las suyas.

La mirada lagrimosa poco a poco se fue disipando y dio paso a unos ojos mas claros, a una media sonrisa que se escapaba a mitad del cuento sobre la milanesa del almuerzo y la ensalada de lechugas y tomates sin sal. Los músculos parecían relajarse lentamente mientras caminábamos nuestros pasos que ya parecían estar dibujados en la vereda. Hasta el semáforo era nuestro amigo y se ponía en verde justo cuando llegábamos al borde de la calzada, justo antes de cruzar.

Para cuando entramos al edificio todo estaba más tranquilo y su cara estaba rosada. La sonrisa volvió a su lugar y sólo hubo un requerimiento: "Traje un sanduche, me lo puedes tostar?" 

-Le puedo poner hasta ketchup si lo prefieres.

Así va la vida, a veces con ketchup podemos arreglar un corazón ansioso, a veces necesitamos más que eso. Se trata simplemente de escuchar aquello que las palabras no dicen y dejar que el silencio nos aturda con su presencia. De pronto no tendremos todas las respuestas en la mano para calmar la ansiedad, pero estoy segura de que podemos llenar un espacio con simplemente estar ahí sin decir nada.

La tarde se hizo realmente calurosa y reggae también se hizo presente.


 



lunes, 24 de octubre de 2022

Compi trueno y yo


La primavera había arrancado muy extraña. Las mañanas eran despejadas y soleadas, pero muy frías. Sin embargo, eso no era impedimento para salir a caminar bajo el cielo más azul que jamás había visto en mi vida. En el noticiero de la tele, en la sección del clima, siempre recomendaban salir abrigados. Pero esta mañana era diferente.

Una remera y un jean fueron más que suficientes para encarar el día. El mundo esperaba allá afuera sin importar el viento frío. Una cinta roja sirvió para recoger los mechones de cabello que caían sobre mi cara. Llaves en mano, nos echamos a andar por la vereda Felipe y yo.

Felipe era mi mejor compañero de caminatas. No había reclamos y, por el contrario, él siempre quería caminar más. Olfatear más. Explorar más. Y no reclamaba ni tiempo ni lugar. Me miraba con sus ojitos bien redonditos como diciéndome lo feliz que estaba mientras su colita representaba perfectamente esa felicidad.

Salir a caminar se había convertido poco a poco en el hábito más maravilloso de mi vida. De verdad, ahora que lo pienso, jamás antes había caminado tanto. Y es que no se trata solamente de tomarlo como un ejercicio básicamente físico; es que caminar puede convertirse también en un ejercicio mental y espiritual que va más allá de lo imaginable.

En eso se habían transformado mis caminatas, en un verdadero ejercicio de vida. Podría caminar por horas sin percatarme del tiempo. Caminar sola, en absoluto silencio, absorta en mis conversaciones conmigo misma. Mirando de vez en cuando a mi alrededor cada detalle que, por el apuro de vivir, había pasado por alto. Es como si estuviera descubriendo que existe todo un mundo lleno de colores y olores que no había percibido antes.

Podía hacer largas oraciones que terminaban siempre en extensas conversaciones con Dios, porque al Dios en el que yo creo, le encantan esos cuentos que yo le cuento.

¡Y hasta capaz y me responde!

Lo cierto es que este lujo de caminar por la vida sin mayores expectativas solo lo podía compartir con mi Felipe, mi compi trueno de cuatro patas, mi siempre dispuesto y animado compañero.

Con Felipe he aprendido unas cuantas cosas de andar por ahí pateando calles. Una muy importante es la que tiene que ver con la paciencia. Sí, porque aunque yo creí que tenía clara esta materia en mi clase de Cómo aprender a tener paciencia y no morir en el intento, pues no era tan así.

Salir a pasear con un perro significa atender sus necesidades, que en realidad son pocas y básicas, pero son sus necesidades y eso implica despegarse de las necesidades propias para ser respetuoso y comprender lo que el perro requiere.

Eso tiene que ver con sensibilidad y, aunque yo juraba que tenía claro el concepto de sensibilidad, estaba muy equivocada. Un perro no puede transmitir con palabras sus necesidades, pero si eres suficientemente sensible, podrás comprender claramente lo que quiere decirte y cómo se siente.

¡Es increíble que podamos ser capaces de comunicarnos con un perro a través de la sensibilidad, pero que no seamos suficientemente sensibles como para lograr comunicarnos entre humanos, ni siquiera cuando manejamos un montón de palabras que, justamente en los momentos decisivos de la vida, se hacen tan inútiles e insuficientes!

Ahora que lo pienso, desde que Felipe llegó a mi vida, se convirtió en mi compi trueno y han sido muchas las lecciones que he estado aprendiendo y poniendo en práctica junto a él. Pero la lista continúa siendo larga porque aún hay muchas cosas que descubrir a través de mi compi trueno.

Los espacios de silencio mientras caminamos juntos, son mis preferidos. Son justamente esos momentos en los que mi mente se queda quieta y puedo pensar despacio en cualquier cosa. “Compi trueno” fue como le escuché a una chica llamar a su perrito y me pareció que así era Felipe, tan leal como el mejor de los compañeros y tan fuerte como un trueno.  Felipe suele caminar relajado a mi lado como si supiera que necesito de esos silencios para ordenar mi vida. Me deja pensar y en el momento justo, se las ingenia y de la nada, reímos juntos.

Felipe es la prueba fehaciente de que el amor más puro y desinteresado es posible que exista. Lo he leído en montones de publicaciones acerca de los perros y sus cosas. No es difícil lograr identificarse con la manera de ver la vida desde los sentimientos de mi compi trueno. Para él, todo es muy simple y se remite a despertar cada día convencido de ser amado, dispuesto a entregar todo el amor que hay en sus diez kilos de existencia; comer, salir a la calle a hacer sus necesidades y encontrarse con sus amigos de la vereda. Morir de angustia cuando sabe que se va a quedar un ratito solo en casa y resucitar de alegría cuando siente nuestros pasos acercarse a la puerta. Para compi trueno la vida es una constante entrega de amor sin fin, solo comparable con la cantidad de pelitos suyos que se van arremolinando en los rincones de la casa.

Pienso que así debería ser el amor entre los humanos que dicen amarse. No debería haber necesidad de explicarlo tanto, o de exigir tantas razones que justifiquen el por qué me amas o el por qué te amo. Debería ser así de simple, amarse y ya. Hacer silencio sin sentirse culpable. Ni sentir culpa por ocupar espacios de la mente en otras cosas que no sea el “sujeto del amor”. Comprender que para amarse no necesitamos espacios lejos el uno del otro, que con el espacio compartido es suficiente para hacer un poco de espacio para cada quien.

Deberíamos aprender que necesitarnos no nos pone en situación de desventaja ni mucho menos nos tiene que convertir en personas vulnerables. Necesitar al otro y que el otro nos necesite, es una comunión maravillosa. Es amor. El error está en la necesidad de intelectualizar constantemente el amor, privándolo de lo más básico: la sensibilidad.

  Un cuento para Catalina La luna enojada La Luna estaba realmente enojada esa mañana. Ya había descubierto quién le estaba contando al Sol ...